Actualmente
en Venezuela no se puede triunfar o ganar, lo sé, lo entiendo, por eso al
escribir estas sencillas letras se me vuelven tan dóciles como las uvas a la
vez, hago referencia a esas despedidas que a diario hacemos a la diáspora en la
que están envueltos nuestros familiares, amigos y semejantes, sólo sentimos
tragos agrios de ajenjo que no pasan en nuestro pecho, que aprisionan nuestras
almas e inundan la maquina más perfecta de nuestros ojos, desmoronando a la vez
miles de corazones como si fuesen terrones de azúcar, quisiera describirlo como
una desdicha pues en este momento me siento repentinamente desgraciado, pues de
verdad no sé cómo expresarlo, porque lo sufres tú, lo sufre Dios y lo sufro yo,
aunque nos cueste entender es el futuro que los llama, quienes nos quedamos en
el país lo hacemos del lado de una oscuridad que nos absorbe y nos traga en los
más recónditos torbellinos de nuestro sufrimiento, son héroes porque se van y
los que nos quedamos mártires porque nos dejan, antes del punto de partida de
la tierra muerta han vencido obstáculos y adversidades para obtener un pasaporte o para apostillar
sus documentos de identidad y profesionales. Son éxodos de conmoción y pánico niños,
adultos y hasta ancianos, por aire, por agua, por tierra, y otros convertidos
en desplazados en las trochas de las fronteras, huyendo del látigo de las
calamidades, la miseria, la desgracia y la mengua, de no estar muertos nuestros
difuntos también migrarían exigiendo un digno entierro, otros hasta con hazañas
inmortales pues una familia de Maracaibo partió en un carrito Spark y llegaron
a la Argentina aquella, convirtiendo a la travesía en un viaje, también se
unieron los de las hazañas de los pedales jóvenes que llegaron al Perú en
bicicleta, durmiendo por las noches a orillas de las carreteras y cobijados por
la luna y las estrellas de Sudamérica, todos rumbo al destierro como hojas
llevadas con el viento por encima de las cosechas, sus esperanzas van envueltas
en todo aquello que rueda, que vuela, que navega, que da vueltas, por
kilómetros, nudos o leguas, y sobre todo en todo aquello que los lleva.
Se llevan
el talento en sus manos cumpliendo el mandato de Dios “con el sudor de tu
rostro te mantendrás”, las esperanzas guardadas en una maleta, los sueños en el
pasaporte como a una flor para que frescos se mantengan y a todos nosotros en
las fotografías y en los recuerdos de las cosas más bellas, extranjeros no se
sientan pues el pueblo de Dios fue extranjero en Egipto en aquellas tierras
sedientas, sólo el hombre es dueño de los límites y no de las fronteras, por
allá vivirán el dolor trágico del destierro y aquí nosotros el macabro yugo de
la nostalgia y el recuerdo, salieron de la tierra de las odiseas, sus manos
laboriosas se convertirán en las alas que traerán a muchas familias el
sustento, a los abuelos la medicina y a muchos niños el alimento, sé que esas
serán sus ilusiones mantenernos sanos, alimentados y salvos, estoy casi seguro
que por allá si consiguen recompensa por sus talentos, se mantendrán florecidos como el araguaney, lucidos como la
orquídea y coloridos como el turpial, lleven en alto nuestra bandera, nuestro himno, nuestra
pasión, nuestra alma llanera y por encima de todo el alma, el aroma y la
fragancia de nuestra tierra, porque aunque parezca desahuciada algún día de
nuevo será guerrera.
Estos
brazos quedan abiertos como alas
extendidas para el día en que regresen se cierren al acogerlos, le pido a
la vida que no sea tan larga la espera, que la tristeza que corre no oxide la
esperanza pero sobre en lo esencial la mantenga, ni se convierta en sortijas ensartadas en
nuestros bastones porque en aquella vejez esa será la más terribles de las
condenas, antes que la bienvenida aparezca áspero se sentirá el viento, gruesos
y amargos serán nuestros labios, la sonrisa quedará sellada con un teipe negro,
el tiempo de Dios es perfecto para quien tenga paciencia, pronto terminará la
tragedia, luego se abrirán las puertas
encendiendo una nueva luz para que vivamos una vida digna, en familia y
completa, de verdad los espero por si de casualidad antes yo me muero,
cuando esa bienvenida sea una bendición que no haya temores para gozar
de paz y tranquilidad, en la cual podamos sonreír como antes superando el
sufrimiento al que ha sido sometido nuestro hermoso pueblo y a la salida de
este oscuro túnel esa nueva luz de esperanza nos dirá: “esto no fue más que el
peor de nuestros recuerdos”.
Por Willian G.M
Del libro: “Crónicas bajo el sol de la medianoche”.
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