miércoles, 23 de junio de 2021

Despidiendo a la diáspora con tragos agrios de ajenjo

 

          

            Actualmente en Venezuela no se puede triunfar o ganar, lo sé, lo entiendo, por eso al escribir estas sencillas letras se me vuelven tan dóciles como las uvas a la vez, hago referencia a esas despedidas que a diario hacemos a la diáspora en la que están envueltos nuestros familiares, amigos y semejantes, sólo sentimos tragos agrios de ajenjo que no pasan en nuestro pecho, que aprisionan nuestras almas e inundan la maquina más perfecta de nuestros ojos, desmoronando a la vez miles de corazones como si fuesen terrones de azúcar, quisiera describirlo como una desdicha pues en este momento me siento repentinamente desgraciado, pues de verdad no sé cómo expresarlo, porque lo sufres tú, lo sufre Dios y lo sufro yo, aunque nos cueste entender es el futuro que los llama, quienes nos quedamos en el país lo hacemos del lado de una oscuridad que nos absorbe y nos traga en los más recónditos torbellinos de nuestro sufrimiento, son héroes porque se van y los que nos quedamos mártires porque nos dejan, antes del punto de partida de la tierra muerta han vencido obstáculos y adversidades  para obtener un pasaporte o para apostillar sus documentos de identidad y profesionales. Son éxodos de conmoción y pánico niños, adultos y hasta ancianos, por aire, por agua, por tierra, y otros convertidos en desplazados en las trochas de las fronteras, huyendo del látigo de las calamidades, la miseria, la desgracia y la mengua, de no estar muertos nuestros difuntos también migrarían exigiendo un digno entierro, otros hasta con hazañas inmortales pues una familia de Maracaibo partió en un carrito Spark y llegaron a la Argentina aquella, convirtiendo a la travesía en un viaje, también se unieron los de las hazañas de los pedales jóvenes que llegaron al Perú en bicicleta, durmiendo por las noches a orillas de las carreteras y cobijados por la luna y las estrellas de Sudamérica, todos rumbo al destierro como hojas llevadas con el viento por encima de las cosechas, sus esperanzas van envueltas en todo aquello que rueda, que vuela, que navega, que da vueltas, por kilómetros, nudos o leguas, y sobre todo en todo aquello que los lleva.

            Se llevan el talento en sus manos cumpliendo el mandato de Dios “con el sudor de tu rostro te mantendrás”, las esperanzas guardadas en una maleta, los sueños en el pasaporte como a una flor para que frescos se mantengan y a todos nosotros en las fotografías y en los recuerdos de las cosas más bellas, extranjeros no se sientan pues el pueblo de Dios fue extranjero en Egipto en aquellas tierras sedientas, sólo el hombre es dueño de los límites y no de las fronteras, por allá vivirán el dolor trágico del destierro y aquí nosotros el macabro yugo de la nostalgia y el recuerdo, salieron de la tierra de las odiseas, sus manos laboriosas se convertirán en las alas que traerán a muchas familias el sustento, a los abuelos la medicina y a muchos niños el alimento, sé que esas serán sus ilusiones mantenernos sanos, alimentados y salvos, estoy casi seguro que por allá si consiguen recompensa por sus talentos, se mantendrán  florecidos como el araguaney, lucidos como la orquídea y coloridos como el turpial, lleven en alto  nuestra bandera, nuestro himno, nuestra pasión, nuestra alma llanera y por encima de todo el alma, el aroma y la fragancia de nuestra tierra, porque aunque parezca desahuciada algún día de nuevo será guerrera.

            Estos brazos quedan abiertos como  alas extendidas para el  día en que  regresen se cierren al acogerlos, le pido a la vida que no sea tan larga la espera, que la tristeza que corre no oxide la esperanza pero sobre en lo esencial la mantenga,  ni se convierta en sortijas ensartadas en nuestros bastones porque en aquella vejez esa será la más terribles de las condenas, antes que la bienvenida aparezca áspero se sentirá el viento, gruesos y amargos serán nuestros labios, la sonrisa quedará sellada con un teipe negro, el tiempo de Dios es perfecto para quien tenga paciencia, pronto terminará la tragedia, luego se abrirán las puertas  encendiendo una nueva luz para que vivamos una vida digna, en familia y completa, de verdad los espero por si de casualidad antes yo  me muero,  cuando esa bienvenida sea una bendición que no haya temores para gozar de paz y tranquilidad, en la cual podamos sonreír como antes superando el sufrimiento al que ha sido sometido nuestro hermoso pueblo y a la salida de este oscuro túnel esa nueva luz de esperanza nos dirá: “esto no fue más que el peor de nuestros recuerdos”.

Por Willian G.M

Del libro: “Crónicas bajo el sol de la medianoche”.


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