Quiero expresar
mi respeto, admiración, consideración y a la vez rendir honor a los médicos y
la enfermería de mi Patria, por su vocación, sus talentos prodigiosos y esas
manos a la obra para ayudar en unos centros hospitalarios en los cuales no hay
insumos, medicamentos, recursos, equipos operativos, ni ambulancias y otra
infinidad de carencias, en la que se dirigen políticas de la ineficiencia
procedentes de gobernantes convertidos en verdaderos ceros sociales, inútiles de un estado, que transforman estos
lugares en dolor, abandono y desesperación, además entre estas paredes y techos
reposa el lecho de las aflicciones en el desuello de la vida, con instalaciones
repugnantes sinónimo de lo hediondo, con los olores a la mierda del diablo,
allí reinan las míseras bacterias y gérmenes repartiendo a sus mártires la
muerte, quienes caen en estas camas son víctimas de las escoriaciones de su
alma en la intimidad de una agonía corta o larga según sea la desgracia de su
suerte, simplemente yacen como sombras envueltas en penumbras, tanto el
paciente como su acompañante difunden una apariencia lívida característica de
verdaderos zombis, el familiar va dejando sus
huellas entre farmacias, laboratorios y la mengua.
En éstos hospitales las esperas
vegetan entre la suerte y la desdicha que los degeneran, visitar estos sitios
es algo que no soporto pues vivo poseído por sentimientos sensibles y me llevo
una simple impresión de un infierno en medio de lo desconocido; ante mi
impotencia dejo mis miradas torturadas y retorcidas por la crueldad, quizás,
tal vez la cura más segura que allí se encuentre son políticas trasnochadas y
fracasadas en materia de salud, al no servir se convierten en genocidas
asaltando los pacientes y enrumbándolos a pronósticos lapidarios y trágicos en
la pesadilla de nuestros peores momentos. Creo que estos centros de salud son
algo fútil para quienes nos gobiernan, favoreciendo a los gestores de las
funerarias y laboratorios buscando su mercancía extendida en camillas y camas, los héroes que
de allí logran egresar reflejan cicatrices bajo la apatía de sus débiles
miradas por vencer sus enfermedades en esos túneles de las más oscuras
tinieblas, sus mentes quedan agrietadas por los ecos del terror en aquellas
paredes del hábitat de la muerte.
Ahora transcribo una historia que
una paisana me relató en referencia a una situación que los condujo a enfrentarse con múltiples
dificultades, unas con mayor intensidad que
otras y que siempre dejan huellas causando mucho dolor, pues vivimos en
una sociedad en la que se supone que deberíamos tener la seguridad a la hora de
enfrentarnos como ciudadanos a un problema y al acudir a cualquier institución,
no obtenemos la tan anhelada solución para lo que nos aqueja, hoy en Venezuela
no podemos ni siquiera imaginar que las cosas se solucionan tan fácil, y acá
comienza su historia: me hizo su relato
con mucho respeto referente a su familiar que hoy ya no está con ellos por
situaciones que se agravan y que nos hace sentir atrapados en nuestro país, la
salud es una de las más importantes que cuando nos afecta o afecta a algún ser
querido nos lleva a sentir miedo, impotencia y desconfianza. Quien me comenta
esta travesía además trabajó durante 30 años en el sector salud, 21 de los
cuales se desempeñó en uno de los
mejores hospitales del país, el HULA de Mérida, Venezuela, hospital donde se
han formado excelentes profesionales, que hoy día andan dispersos por
diferentes lugares del mundo, pudo decirme con propiedad que lo que hoy se vive
en Venezuela nunca antes se vivió y lo que enfrentaron cuando su querido padre
enfermó fue una realidad fuerte y
triste, finales de enero del 2018, su padre comenzó con un intenso dolor de
cabeza, lo llevaron al centro asistencial de su pueblo donde es valorado por el
médico de guardia quien decidió referirlo a una institución hospitalaria de la
ciudad para realizarle estudios, exámenes y valoración por especialistas,
esperando que sería la mejor opción, fue ingresado a dicha institución,
atendido por el poco personal de salud que quedaba en esas áreas, sumado a esto
ellos trabajan sin contar con insumos, por la gravedad del caso ameritó
intubación, exámenes, tratamientos, estudios, todo absolutamente fue sufragado
por los familiares, los estudios tenían que ser realizados fuera del hospital
al igual que los exámenes de laboratorio, el área de emergencia estaba
colapsada, falta de camas, camillas, sillas de ruedas, no había lencería,
insumos de limpieza, entre tantas fallas que existen y que son prioridad para
salvar vidas.
Su familiar logró superar la
patología por la cual fue ingresado, pero sin imaginar que apenas comenzaba “la
última travesía”, su cuadro respiratorio empeoró, producto de una infección
intra hospitalaria (adquirida dentro del hospital, ya que la contaminación es
desorbitante), los médicos comenzaron a indicarle antibiótico, pero no lograba
controlar la infección, los cultivos salían patológicos, los médicos decían en
Venezuela no existe el medicamento que pueda ayudar a su familiar, luego los
mismos pidieron autorización para
realizarle una traqueotomía, comprando todo lo que se necesitaba para dicho procedimiento,
el cuadro no era nada alentador, mientras todo esto sucedía podían sentir que de esta área el paciente, que ingresaba
difícilmente salía con vida, solo veían pasar sabanas cubriendo los cuerpos sin
alma con destino a la morgue, los familiares
lloraban las irremediables perdidas, con el dolor de saber que esas
muertes eran adelantadas por la falta de insumos y la contaminación.
Así transcurrieron varios días,
hacían turnos para cuidar a su familiar, debían ayudar en lo mínimo para
brindarle una atención de calidad, el recinto no contaba con suficiente
personal para atender al paciente, un equipo de su familia se encargaba de
buscar cualquier medicamento o llevar muestras a los laboratorios privados y
otro equipo de preparar los alimentos para el paciente, para quienes
permanecían en el hospital, como también llevar
todo lo relacionado con lencería.
No sólo vivieron la situación de su
familiar, también vivieron el dolor de quienes compartían las mismas áreas
hospitalarias, el sufrimiento, la desesperación y la impotencia de no encontrar
lo básico para lograr la mejoría de los pacientes, todo eso ocurrió no por
culpa del personal sino por las limitaciones que allí se viven. Sumado a lo
anterior la dieta que requería el paciente debería ser balanceada, que cuente
con todos los requerimientos necesarios en nutrientes, pues las bandejas lucían
una naranja y una porción de arroz blanco.
Se llenarían las páginas extensas de
muchos libros para tratar de plasmar la
travesía diaria en un hospital venezolano donde se supone se debe
encontrar el alivio, la mejoría y el bienestar y hoy sucede todo lo contrario,
allí se encuentra la muerte prematura, se tropiezan las herramientas que
agravan el cuadro clínico del paciente y se le suman otras infecciones y
complicaciones producto de la carencia, deterioro y crisis que envuelven a
estos recintos de sanación.
Luego de intentos fallidos por
salvar a su familiar se tomó la decisión de llevarlo a una clínica, recuerdan
que el especialista de guardia se hizo
la señal de la cruz y les dijo: su familiar está contaminado, ojala y se salve,
por lo menos en la clínica le brindaran calidad para sobrellevar la enfermedad.
Fue ingresado por varios días, no se veía mejoría, hubo que tomar otra decisión
de trasladarlo a su casa de residencia, regresó plenamente contaminado,
pues lo único que consiguió gratis en el
hospital fue las bacterias que lo mataron, lo demás lo compraron y bien caro
producto de un sistema político cuyas preocupaciones y prioridades son
totalmente antagónicas a las realidades que les correspondió enfrentar.
Hoy todos los venezolanos tenemos
una historia de tristeza que contar, tal vez con mayor o menor dolor que esta, mientras
el gobierno se jacta de los avances de la revolución que nada tienen que ver
con el desarrollo de un país.
Por Willian G.M
Del libro: “Crónicas bajo el sol de la medianoche”.
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