_Si hoy
me preguntaran: ¿dónde queda Canaguá? yo con el más grande de los orgullos
respondiera: Canaguá queda en la sucursal del cielo, pues Dios en su pincel así
lo pudo demostrar, queda en la calidad y aroma del café, en el rocío cubierto de abrigo, en el trago cerrero
de su miche callejonero, en las flores silvestres, en la neblina con sus brazos
callados y yertos, en la espuma espesa y eterna del agua cristalina de su río
cuando camina al Capáro. Queda en el viento errabundo meciendo las espigas en
los cultivos y luego sollozo dando alaridos mientras se quiebra como el cristal
por encima de las montañas hacia horizontes infinitos.
También
queda en las letras de sus escritores y poetas, en el pincel de sus pintores,
en la voz de sus cantores, en las melodías de sus músicos, en el legado y
memoria que nos dejaron nuestros antepasados y en las manos prodigiosas de sus actuales
talentos: el Dr. René Sotelo genio de la cirugía robótica a nivel mundial, en
las manos de Jesús Quintero Mora y su anzuelo de pescar, en las cicatrices por
las esquirlas de granada en la espalda de Leónidas Mora nuestro soldado de
honor, queda en los volantes de Pepe
Escalona y Rafael Rivas Molina, en las conferencias y oratoria de Miguel
Zambrano, en el futbol de Liberio Hernán Mora, en la bicicleta de Juan
Belandria Marquina, en las narraciones deportivas de Luciano Mora y William
Belandria Rivas, en los chistes de Miliber Mancilla y sus significados, en la
beca “Bill Gates” de Laura Vera Contreras en la Universidad de Yale en los
Estados Unidos de América, en la esgrima de Shia Rodríguez representándonos en
varios sitios de la Tierra, queda en el recuerdo y huellas dejadas por
Eustorgio Rivas en sus picos y palas junto a sus héroes sin nombre, en las
manos de otros talentos de gente emprendedora y exitosa que no recuerdo para
mencionar. Canaguá queda dentro y fuera de las fronteras de Venezuela, en la
mente de los turistas que vienen y en su corazón se la llevan lejos y queda
hasta en la descendencia de la yegua de Natalio y el burro de Melitón, para no
exagerar.
Por
siempre queda Canaguá, en los latidos de mi corazón haciendo estremecer mi
tórax y con la mayor fortuna queda además en la mirada de Dios bendecida,
cuando desciende de los cielos, bajo las estrellas, el sol y su luna prístina.
Por Willian G.M
Del libro: “Crónicas bajo el sol de la medianoche”.
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